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Madre no hay sino una
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Texto y fotos de Guillermo Angulo, Colombia
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Regresé a Colombia pensando en el ejemplo de Burle Marx y me compré una vieja casa, de nostálgica arquitectura inglesa, en medio de un bosque ya adulto, que había sido refugio campestre y luego vivienda permanente en los últimos años del presidente Miguel Abadía Méndez, de bananeras recordación, y encontré que en sus jardines -completamente enmontados- sobrevivían una gigantesca Araucaria excelsa (probable-mente traída de Chile, cuando Abadía fue embajador) y algunas orquídeas.

Y me di a la cacería de orquidáceas, cuando las montañas cercanas aún eran seguramente recorribles, e inicié con mis amigos un aprendizaje que aún dura: Martha de Robledo, hoy refugiada en La Ceja; Francisco Villegas (con su esposa, Ana Patricia, la complicidad es bromeliácea) y en Bogotá, con la guía invaluable -espiritual y taxonómica- del padre Pedro Ortiz Valdivieso, un callado sabio jesuita que guarda silencio en más de diez lenguas, vivas y muertas, experto en orquídeas (especies) colombianas, autor de una excelente traducción, al lenguaje común, desprovisto de pompa, del Nuevo testamento. Nuestras conversaciones (casi siempre por E-mail) suelen ser de este género: Padre: a mí me enseñaron que a Jonás se lo había tragado una ballena, pero la Biblia dice que fue un pez. Y él, con condescendencia de maestro, me dice: Cierto. En otras partes de la Biblia se enumeran los pájaros, y en el elenco están los murciélagos, que son, como la ballena, mamíferos. En la época no existía la diferenciación.

 

 
Heliconia rostrata

 
Anthurium sin abrir
 
< Cattleya aurea labelo

Brugmansia >

Empecé, pues, inclinándome por las orquídeas, pero porfueriando con Heliconias, Aráceas y Bromelias, amando las Melastomatáceas (familia de los Sietecueros y el Amarrabollos, Maraboy para las señoras del Club de Jardinería de Medellín.) Pero la normalidad no me duró mucho y un día, acordándome de la que conocí en Nueva York, me entró la locura por cultivar la Victoria amazónica, empezando por aprender el nombre correcto que no es el más común de Victoria regia, recomendado por su segundo descubridor, Sir Robert Schomburgk, al botanico Lindley, cuando le envió dibujos y descripcióin de la planta hallada por él en la Guayana Inglesa, y le sugirió el nombre, en un acto de doble lambonería: Victoria, por la reina Victoria y regia, por la reina otra vez. De paso aprendí que lo que nosotros llamamos lotos no son lotos sino nenúfares, los mismos que murió pintando Claude Monet en Giverny. Los lotos sobresalen del agua, a veces hasta 1.80 m., las hojas son completamente circulares (orbiculares, dicen los técnicos) y rechazan el agua, haciendo que las gotas se unan, como si fueran azogue.

Lo primero que me agarró fue un relato del padre Pérez Arbeláez de cómo cuando Taddäeus Haenke -a quien muchos tienen por descubridor de la maravillosa Victoria- alemán al servicio de la corona española, vio en 1801 esta planta maravillosa, que los indios llamaban Yrupé, algo así como batea de agua, y "cayó de rodillas en el fondo de su canoa, dando gracias a Dios por tan suprema hermosura." Esto sucedía en el río Mamoré, un afluente del río Amazonas. Meses después debió encontrar una Victoria aún más bella, porque se arrodilló en el borde de la canoa, que era muy celosa, se volteó y se ahogó.

Hay mucha confusión sobre quién fue el primero en observar la Victoria, porque algunos dicen que fue el doctor Aimé Bonpland, el mismo que acompañó al barón de Humboldt en sus viajes. Pero no publicó sus observaciones, como es de rigor en el mundo científico, y por eso se le da el título de descubridor a Poeppig, un botánico alemán nativo de Leipzig, que la vio por primera vez pero la confundió con una especie asiática, la Euryale, que no se da en América. Y la bautizó Euryale amazonica. Cuando en Inglaterra se dieron cuenta de que la Euryale, descubierta por Poeppig y la Victoria regia, por Schomburgk eran la misma especie, le pusieron definitivamente, el nombre de Victoria amazónica, que es el correcto. Sólo hay otra especie, que crece desde Bolivia y Paraguay hasta el norte de Argentina y se llama Victoria cruziana, en honor del general Santa Cruz.

Con todos estos antecedentes decidí lanzarme al nuevo cultivo, para el que sólo me faltaban semillas, conocimientos y clima, éste último el obstáculo más difícil de superar. Las semillas y el conocimiento me los dieron, primero por Internet y luego a cuatro ojos, (o sea a seis) los esposos Kit y Ben Knotts, que tienen el más bello jardín acuático que yo haya conocido, con un estanque llamado Reflection a la orillas del mar, en una isla en Cocoa Beach, abajito de Cabo Cañaveral. Son generosos en enseñanzas, plantas, semillas y hospitalidad. Al calor de la amistad me prepararon una vez semillas de Victoria (que nuestros indios comían) con exótico y delicioso sabor. Bonpland decía que los indios las colectaban y se las vendían como comida a los ricos, que las pagaban muy bien.

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